AMERICA LATINA
Hay una razón fundamental, y es personal. Soy de América Latina, y mi visión del mundo es del Sur. La segunda es aún más importante: América Latina ha sufrido durante décadas un estatismo y populismo sofocantes que han hecho de la democracia personalista y, sobre todo, del republicanismo, un sueño casi inalcanzable. Después de una larga lucha, el ideal democrático de libertad política y economía libre, entendidos como una condición para el bien común, sin olvidar instituciones intermedias, se puede convertir en una realidad.
En 1837, el argentino Juan Bautista Alberdi comenzó con la búsqueda de una auténtica filosofía latinoamericana. El punto de partida de Alberdi fue el supuesto de que no podía formularse una visión filosófica universal porque no podría haber una solución concreta a las cuestiones políticas y sociales. Cada país, cada época, cada filósofo tendría que partir de una filosofía peculiar, ajustada a su circunstancia, porque cada estado, cada país, exige soluciones diferentes.. Alberdi, lejos de ser un liberal constructivista, era un clásico que auscultaba la realidad concreta. Proponía un antídoto a los utopismos iluministas positivistas.
Si los europeos han tenido sus filosofías, ¿por qué no América Latina? El propio Alberdi quería una filosofía política particular, especial, para las circunstancias históricas y geográficas del gran continente del Sur. Para lograr este propósito, se debía enfatizar en tres aspectos. Primero, la propuesta debía provenir de las necesidades latinoamericanas. En segundo lugar, debía ser esencialmente política, de una política práctica, rechazando todo abstractismo, y, por último, debía sugerir una solución concreta para los problemas urgentes. Más realismo, imposible. Era una mirada a la realidad de América como nación, una unidad orgánica, histórica, singular, de rica tradición histórica, de comunidades originarias y de lenguas, integradas como una gran nación.
Después de la propuesta del gran argentino, varias generaciones sucesivas, ofrecieron sus propuestas. En las primeras décadas del siglo veinte, fue un miembro de la generación de pensadores, don Manuel Ugarte, el que propuso el nombre de La Patria Grande, en un conocido libro publicado en 1922, como punto de partida y objetivo de aquella filosofía política. La Patria Grande significó la unidad, rechazando así la fragmentación que había dejado las luchas independentistas. Se trataba de integración y unidad. Era la Patria Grande, Hispanoamérica, una pluralidad de pueblos, con todo su bagaje de mestizaje lingüístico y cultural, marcados por el barroco español católico, y abierto a los desafíos de la modernidad.
Esa es la razón de que, aquí, en esta iniciativa del CED, a la Patria Grande la concebimos como el suelo nutricio integrador de una filosofía de la persona, y de sus derechos, de la república y del bien común, de la democracia y del Estado Democrático Constitucional. Un proyecto que, tomando las palabras de un filósofo de la generación de profesionales– Leopoldo Zea – podría ser denominado asuntivo, la síntesis de una variedad de elementos que se incorporen desde diversas fuentes de nuestra tradición histórica, abriéndose, al mismo tiempo, a la modernidad contemporánea.
Una síntesis que ha sido difícil, trágica, un esfuerzo laborioso por encontrar una unidad entre populismo y caudillismos con formas constitucionales liberales democráticas.
Es que, esa Patria Grande, integrada y libre, sueño de Bolívar y San Martín, ha sido esquiva. Incluso hoy, aún se viven tiempos en que la tensión entre democracias democrático-populistas y otras más abiertas, libres, inclusivas, es muy viva.
Por eso, creemos, es tiempo oportuno para proponer una auténtica república abierta a la persona que supere antinomias estériles.
Sin embargo, la tarea no es fácil. Representa dificultades; conlleva desafíos. Hoy un globalismo impersonal, trata de minimizar soberanías, un secularismo agresivo, pretende borrar la memoria cristiana, un populismo abrazador, aspira a eliminar todo tipo de libertad personal, robando las banderas de esa Patria Grande.
Por eso, el diálogo hacia una formulación de un Republicanismo personalista debe priorizarse; el presente y futuro de nuestros países será más próspero y más pacífico con ello.
There is a fundamental reason, and it is a personal one. I am from Latin America, and my view of the world is from the South. The second is even more critical: Latin America has suffered for decades of suffocating statism and populism, making liberal democracy and, especially, republicanism a dream. After a long struggle, the democratic ideal of political liberty, understood as a condition in which citizens have the autonomy, has become part of different regimes, is becoming a reality. History shows us a long search for stability.
In 1837, the Argentinean Juan Bautista Alberdi began questioning the need for an authentic Latin American philosophy. Alberdi’s starting point was the assumption that there was no universal view because there is no comprehensive solution to the central political and social questions. Each country, each epoch, each philosopher has a particular philosophy that has influenced and lasted, more or less, because each state, each time, and each school has given different solutions to the human spirit’s problems.
Therefore, if many countries and cultures have had their philosophies, why not Latin America? Alberdi himself wanted a philosophical discourse for a particular political goal, mainly historical and geographical circumstances. To achieve this purpose, Alberdi explained; a Latin American philosophy should have three main features. First, it must come from a Latin American needs). Second, it must be essentially political, and, finally, it must propose a concrete and practical solution for each substantial issue.
After Alberdi and his generation had established the main themes that Latin American philosophy should aim to follow, a few successive generations of so-called founders and builders of Latin American began proposing answers. In the first three decades of the 20th century, an era called that of “Pensadores,” began reflecting on what basis that philosophy should be established. It was then that one of its members, the Argentinian Manuel Ugarte suggested the name of La Patria Grande, in a well, know book published in 1922, as the starting point and the goal of a Latin American political aim.
Why Latin America as La Patria Grande?
Because La Patria Grande means unity by the rejection of the Hispanic heritage fragmentation, it was about integration and wholeness. This project was called “assumptive” by the Mexican Leopoldo Zea. That is Republics, which incorporate their cultural past and traditions. It is because, in Zea’s views that, Latin Americans have always had to decide between a feudal monarchy or a liberal republic because the Catholic, a rich cultural tradition conforming to these new republics, seemed to deny the fundamental principles of democracy.
Thus, La Patria Grande, which was the dream of Simon Bolivar and Jose de San Martin, continue being an idea which still very well alive today.
Today, as new liberal democracies emerge, I believe Latin America is living in historical times, witnessing a transition from democratic and populist democracies toward more inclusive ones that an increased desire for the collective cultural universe is coming into age.
That fact, however, does not mean more healthy relationships among cultures and people. It could represent difficulties; it brings challenges. But if we start a conversation not only about our cultural differences but also commonalities, our more populists political democracies and our more liberal ones, our future will be brighter—and more peaceful.
Today, it seems, Latin America is beginning to build a more inclusive, pluralist, democratic and liberal, genuine, Republican regimes, as a definite step toward an authentic La Patria Grande.