Ideología, ser humano y democracia

Toda ideología supone una visión del ser humano. O de la persona, implícita o explícitamente. Lo importante es que la misma sea clara, y si es así, sus afirmaciones, serán vistas como consecuencias de la misma. O como fundamento. Nada es dado sin más, gratuito. Al menos si se quiere dar razones a una democracia. Es que, convengamos, la democracia actual no debe ser meramente formal o como se dice, procedimental, sino sustancial, dado que su “sustancia” es la defensa de los derechos humanos. Y esto requiere saber quiénes somos. Esta es una realidad histórica: los derechos humanos, su cumplimiento, son el gozne que mide la calidad democrática.

Es obvio que ese norte, el de los derechos humanos, suponga –perdóneseme lo reiterativo– una noción de ser humano. Y es aquí donde se debe relacionar lo que la ideología de género afirma sobre la democracia: de que la razón de la falta de equidad en la misma es el dominio de un sexo, el masculino –con toda su pesada herencia patriarcal– sobre el femenino. Es que ese desnivel es debido a una construcción cultural que, si no se desmonta, seguirá con su seguidilla de violencias de género. Esa es, precisamente, la tesis de Foucault, que la heterosexualidad es la razón de la violencia a las mujeres. Se debe, entonces, vía educación o cualquier otro medio, deconstruir los roles dados en la realidad y conferirles un nuevo sentido.

Por eso, el ser humano no debe ser aceptado por su biología sino que esta debe ser obviada si fuera necesario, y “deconstruirse” conforme a la libertad y deseo de cada uno. Es el eco no tan lejano de la afirmación de Sartre de que estamos condenados a ser libres y definirnos, a cada instante, en lo que queremos ser. Por eso, la teoría de género exige el poder, o la educación para nivelar las cosas. Se debe reconstruir una antropología binaria natural que ha sido sino la generadora de inequidades. Así como Marx pensaba que el pecado original de donde surge la explotación y la injusticia era la propiedad privada, la teoría de género piensa en la heterosexualidad biológica. Ambas, a su manera, son la “manzana” de donde surge la realidad engañosa, ideológica. Así, no sólo no se debe morder la manzana, es necesario eliminarla completamente.

Pero el punto clave, me parece, es señalar la diferencia entre esta propuesta antropológica de género (o la marxista) de una tradicional, más personalista, o de corte cristiano. No son lo mismo. O bien se entiende al individuo como una realidad autónoma que se define a sí misma y por tanto, quiere que la normativa legal haga lo mismo, o bien, se entiende a la persona como algo dado y cuyas normas están escritas en su ser. Esta última visión es la que se llama personalismo ontológico. Mientras la visión autónoma garantiza al individuo a autodefinirse conforme a sus deseos aún cuando los mismos podrían contradecir el dato natural, la visión personalista reconoce los datos biológicos (y los psicológicos) como punto de partida.

Pero justamente en esa diferencia está el peligro de la antropología de autodefinición que radica en la ideología de género. Me refiero a la posibilidad de que el poder o el sistema jurídico, fruto de la voluntad de las mayorías, determine y defina lo que sea el ser humano. Después de todo –siguiendo esa tesis– la naturaleza binaria humana debe ser deconstruida para intentar superar los conflictos de violencia en la sociedad. Pero, esa autodefinición desconoce que la persona es parte de la especie humana que supone una biología dada que, insistiría, posee consecuencias para los derechos.

Así, el derecho que brota de lo natural indica que existen cosas en sí mismas justas o injustas; propias del ser humano o no, pues existe una forma humana de obrar, de reproducirse, de amar al prójimo, de tener una familia o de tener hijos. De ahí que eso de lo natural no es cuestión ideológica, ni tampoco política; ¿o acaso una persona come con los oídos o escucha por la boca? El ser humano es lo que es. No es lo que a uno le parece o cree, sino lo que realidad de las cosas dice que es.

Creo que esa distinción es clave para una democracia con sustancia, democracia de personas que son alguien y no meramente algo a ser definido conforme a ideas preconcebidas. Solo así, una democracia republicana posee contenido normativo para los derechos humanos que funda el pluralismo de la sociedad civil. No una mera forma procedimental, sino, como se afirmó más arriba, sustancial, republicana.

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